miércoles, 13 de junio de 2007

Policías en acción: ¡Un poroto!


El jueves 17 de Mayo se desató un enfrentamiento entre los uniformados y grupos de jóvenes que duró seis horas y media. La comisaría Nº 16 del barrio San Lorenzo Norte de Neuquén está abollada. Las puertas llevan aún las marcas de las piedras. Sobre éstas, el escudo de la provincia se balancea descolocado, el viento lo mueve. Parece más una antena de Televisión Satelital que la insignia típica en estos edificios públicos.

06:00 P.M. Una mujer, de no más de 25 años, acudió al destacamento. Cruzó con las lágrimas secas desde la manzana 36 hasta la 40: ocupada íntegramente por la comisaría, ubicada a menos de 50 metros. Lloró la denuncia ante el oficial de turno. Su esposo la había golpeado. Y esto fue suficiente para preparar un grupo, dispuesto a buscar al marido, el autor de las marcas en la muchacha.

El hombre cuenta con antecedentes, en los cuales figura como detenido en varias ocasiones en esa misma locación.

Media docena de oficiales corrió hacia los vestidores. Uno tras otro tomaron una escopeta, como en una coreografía ensayada cientos de veces, perfectamente coordinada. Se abrocharon bien los chalecos. “¡Parecían los simuladores con armas!”, aseguró un menor que fue testigo del comienzo mientras jugaba con sus amigos, y continuó: “caminaban cómo si lo hubieran practicado. ¡Les faltaba música de fondo no más!”.

En menos de diez minutos tres móviles, que patrullaban en las afueras del barrio, llegaron para rodear las manzanas aledañas. Se presentaron a gran velocidad, se posicionaron tras derrapar en las calles de tierra. Los recién llegados bajaron de los vehículos con más armas, dispuestos a apoyar a sus compañeros.

Ajenos hasta entonces de lo sucedido, un grupo de jóvenes llevaba su novena cerveza en el día. La primera reacción, sin razonar, fue la risa. Algunos se revolcaban en la vereda mientras seguían los movimientos de la policía. Luego se pusieron a pensar: esos son los milicos que siempre nos agarran. Nos molestan si tomamos acá, si caminamos divirtiéndonos por la calle o si les gritamos a las minas.

Mientras los seis protagonistas golpeaban con fuerza la puerta en la casa del golpeador, el resto, apostados tras las dos camionetas y un Polo, se aburrían. Se sobresaltaron al escuchar insultos, dirigidos hacia ellos. Venían desde atrás: un grupo de muchachos, ¡y dispuestos en medio de la calle, separados, igual que en los polígonos de tiro! El momento justo para actuar.
Entre las siete de la tarde y las doce y media de la noche se pudieron escuchar las balas de goma. La tierra se levantó, ocultando la comisaría y sus alrededores ante los vecinos curiosos. Personas que se acercaban cada vez más para mirar, pero que se alejaban de nuevo al oír las armas en medio de la oscuridad.

Más refuerzos llegaron desde no más de dos cuadras: el grupo infanto-juvenil de la manzana 14. Otro sector frecuentado por los oficiales que guardan por la seguridad del barrio. Los muchachos acudieron con un par de palos, más piedras y unos cuantos pedazos de adoquines, sacados de la vereda rota en el C.P.E.M. 54 (Centro Provincial de Enseñanza Media). Dejaron por unos momentos las botellas casi vacías de cerveza en las afueras de sus hogares.

Cuando la nube de tierra se disipó, los grupos de adolescentes volvieron a sus casas con algunos magullones en el cuerpo. Marcas de las balas. Los policías estaban hace varias horas dentro de la comisaría. Al entrar todos y dispersarse las patrullas, las piedras volaron directo a la entrada del destacamento. Los problemas con la pareja quedaron relegados para el siguiente día.

La única persona que derramó más lágrimas tras el conflicto fue una vecina de la misma manzana 36. Un muchacho se había metido en su jardín para evitar los proyectiles de los uniformados. Pero un par lo habían seguido y tiraron a través de la reja. El chico no recibió más de tres impactos, una veintena más quedaron marcados en la puerta de metal de la casa. El noticiero de la capital intentó inducir luego a la dueña para que dijera que eran piedras, pero ella no dudó. “Estas no son marcas de piedras, ni los agujeros en los vidrios de la ventana”, dijo y luego dictaminó ante la notera: “son balas de goma, querida”.

No hay comentarios.: